Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr.
Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer.
Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.
El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle.
Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr.
Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer.
Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.
El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle.

