El universo se rige día a día por un conjunto de leyes lógicas y precisas (Job 38:33; Jeremías 33:25). En cambio, los mitos de distintas partes del mundo enseñan que la humanidad se halla indefensa ante los actos impredecibles, y hasta crueles, de dioses caprichosos.
La Tierra está flotando sobre nada en el espacio (Job 26:7). Antiguas civilizaciones afirmaban que el mundo era un disco plano apoyado sobre un gigante o un animal, como un búfalo o una tortuga.
Los ríos y los manantiales existen gracias a la lluvia, la nieve o el granizo que cae de las nubes que se forman al evaporarse el agua de los océanos y de otras fuentes (Job 36:27, 28; Eclesiastés 1:7; Isaías 55:10; Amós 9:6). Los antiguos griegos pensaban que los ríos se alimentaban de aguas subterráneas procedentes del mar. Esta idea perduró hasta el siglo XVIII.
La Tierra está flotando sobre nada en el espacio (Job 26:7). Antiguas civilizaciones afirmaban que el mundo era un disco plano apoyado sobre un gigante o un animal, como un búfalo o una tortuga.
Los ríos y los manantiales existen gracias a la lluvia, la nieve o el granizo que cae de las nubes que se forman al evaporarse el agua de los océanos y de otras fuentes (Job 36:27, 28; Eclesiastés 1:7; Isaías 55:10; Amós 9:6). Los antiguos griegos pensaban que los ríos se alimentaban de aguas subterráneas procedentes del mar. Esta idea perduró hasta el siglo XVIII.
El universo se rige día a día por un conjunto de leyes lógicas y precisas (Job 38:33; Jeremías 33:25). En cambio, los mitos de distintas partes del mundo enseñan que la humanidad se halla indefensa ante los actos impredecibles, y hasta crueles, de dioses caprichosos.
La Tierra está flotando sobre nada en el espacio (Job 26:7). Antiguas civilizaciones afirmaban que el mundo era un disco plano apoyado sobre un gigante o un animal, como un búfalo o una tortuga.
Los ríos y los manantiales existen gracias a la lluvia, la nieve o el granizo que cae de las nubes que se forman al evaporarse el agua de los océanos y de otras fuentes (Job 36:27, 28; Eclesiastés 1:7; Isaías 55:10; Amós 9:6). Los antiguos griegos pensaban que los ríos se alimentaban de aguas subterráneas procedentes del mar. Esta idea perduró hasta el siglo XVIII.
