Un cuento sobre el miedo de las mujeres
Érase una vez, el miedo.
El miedo se sentía muy bien de saber que era necesario para sobrevivir: cuando había un peligro real, ayudaba a las mujeres a reaccionar. Se sentía útil, ya que los peligros reales no eran pocos.
Pero un día, el miedo empezó a cogerle gustillo a la sensación de alerta constante de las mujeres. Empezó a producirles temblor de rodillas ante situaciones que estaban lejos de ser una amenaza real. El miedo se hacía grande al mismo tiempo que impedía expresar, salir, y hacer grandes cosas.
Érase una vez, el miedo.
El miedo se sentía muy bien de saber que era necesario para sobrevivir: cuando había un peligro real, ayudaba a las mujeres a reaccionar. Se sentía útil, ya que los peligros reales no eran pocos.
Pero un día, el miedo empezó a cogerle gustillo a la sensación de alerta constante de las mujeres. Empezó a producirles temblor de rodillas ante situaciones que estaban lejos de ser una amenaza real. El miedo se hacía grande al mismo tiempo que impedía expresar, salir, y hacer grandes cosas.
Un cuento sobre el miedo de las mujeres
Érase una vez, el miedo.
El miedo se sentía muy bien de saber que era necesario para sobrevivir: cuando había un peligro real, ayudaba a las mujeres a reaccionar. Se sentía útil, ya que los peligros reales no eran pocos.
Pero un día, el miedo empezó a cogerle gustillo a la sensación de alerta constante de las mujeres. Empezó a producirles temblor de rodillas ante situaciones que estaban lejos de ser una amenaza real. El miedo se hacía grande al mismo tiempo que impedía expresar, salir, y hacer grandes cosas.
